martes, 30 de junio de 2009

Web 2.0 Para Comunicadores

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miércoles, 24 de junio de 2009

20 años no es nada

El miércoles 17 fui con mi gran amigo Gonzalo a ver un espectáculo de un grande, un personaje de lo más singular que supo atraparme con sus dichos en los albores de la adolescencia.
Siendo todavía un púber de lo más petulante cayó en casa un cassete de un tipo que me hacía reír mucho con sus ocurrencias musicales y literarias. El cassette tenía como título Buscado Vivo, y el cantautor era Leo Masliah. Durante horas y horas he escuchado ese cassette y me he reído a más no poder y, como no podía ser de otra maera, me aprendí casi de memoria la mayoría de las canciones que contenía. Supe apreciar la poesía absurda contenida en temas como Casinos o El año que viene, mi amor.
Lo disfruté mucho en familia, pero fuera de ese ámbito se hacía bastante complicado compartir mis gustos; ninguno de mis amigos y compañeros los compartía y hasta he recibido burlas de lo más rocambolescas. Por supuesto que ninguna hizo mella en mi pensar, y durante años busqué compartir mi pequeño tesoro con el resto de mis pares.
Algunos años después, la vida hizo que me encontrara con el tipo con el cual he pasado muchos de los mejores momentos de mi vida, un amigo con el que el tiempo es solo una circustancia. Un amigo de esos con los cuales el tiempo es una dimensión aparte, y cada segundo compartido se hace continuo en su propio eje, sin interrupciones. Mi amigo Pablo, no sólo conocía a Leo Masliah sino que además era un gran admirador de su obra. Compartimos la afición por Leo y me hizo conocer a este autor más allá del único cassette que tenía en mi poder; juntos nos reimos a carcajadas de la mano de Sonata del perro de Mozart o de La recuperación del Unicornio.
Muchos años después y una vez más en la ciudad de Cipolletti, tuve el placer de volver a ver en vivo a Leo. Esta vez, debo confesar, lo aprecié desde un óptica ligeramente diferente. Esta vez pude ver un poco más allá de sus letras y cerré los ojos para escuchar y escarbar la superficie. Me tomé el tiempo de correr la paja para ver que había por debajo; y me encontré con un excelente músico, un experto pianista. Sus temas, plagados de notas agudas y graves, me hicieron ver que sus letras eran solo la mitad de su obra, que hasta ahora sólo había prestado atención a esa mitad que estaba capacitado para detectar.
No pude dejar de darme cuenta que algo había cambiado. Miré hacia atrás y escarbé en mi memoria. Busqué ese algo con tesón y un poco de ingenuidad, busqué algún hecho fortuito que me ayude a entender que había pasado. La lente era claramente distinta, los cambios que detecté en Leo no eran solo físicos, había algo más.
La primera conclusión fue que Leo había mejorado mucho como músico y ya no era tan superficial. Pero no, la ironía de su obra estaba intacta.
Después quise creer que la pieza faltante en el escenario era mi amigo Pablo, que sin el trío completo debía, obligadamente, centrarme en Leo. Pero no, demasiado simple la tesis, no logré creerla ni yo.
Finalmente me di cuenta, y pude ver donde estaban las diferencias más importantes y pude apreciar sus consecuencias con más tino. Ahora si, el panorama estaba claro y entendí todo, la última pieza estaba en su sitio. Las razones eran simples, y no necesité recurrir a Occam para saber que estaba en lo cierto. Me di cuenta que el que había cambiado era yo. Supe, así como sé que en otoño las hojas caen, que había madurado y que ahora podía apreciar un poco más a este incomprendido artista. Ahora pude darme cuenta que no solo escribe con ocurrencia sino que además es un gran músico.

Y sobre todas las cosas me di cuenta que habían pasado 20 años...

PD: si alguien por casualidad lee este post y quiere saber un poco más, pueden visitar esta página de Taringa y espiar un poco de su obra.

viernes, 12 de junio de 2009

Lo que el rugby me enseñó

Este es un lindo texto escrito hace un par de años por el Lic. Martín Simonetta, Director Ejecutivo de la Fundación Atlas1853. Me gustó el espíritu de la reflexión. se los dejo


Cuando era chico no me interesaba el rugby. A pesar de la insistencia de mi padre, quien lo había practicado, yo decididamente prefería el popular y televisivo fútbol. La realidad evidenció que no era bueno para el deporte de la redonda y, en consecuencia, fui rechazado en el equipo de mi colegio. En esas circunstancias, casi no me quedó otra opción que –alrededor de los 8 años de edad- probar con el otro deporte que se practicaba en la escuela: el de la “guinda”.

Cerca de treinta años después, me alegra decir que la elección parece no haber sido tan mala ya que el rugby me ha enseñado mucho, y no sólo en el campo de lo deportivo.

El rugby me enseñó que se puede jugar siendo gordo. Que hay un lugar para cada uno y que debemos luchar hasta encontrarlo. También me enseñó que el gordo puede enamorarse del deporte, entrenar, ir al gimnasio, potenciarse, jugar y ganar. Y que puede transformar su supuesta debilidad en una incontenible fortaleza.

Me sorprendió cuando, por primera vez, un compañero tapó mi cabeza con su espalda para impedir que el botín del contrario la pisara. A partir de allí, aprendí y ejercí –como todos- esa práctica que refleja el espíritu de equipo, de amistad y, sobre todo, de lealtad, esencial al rugby.

También me hizo ver que en determinados momentos es necesario bajar la cabeza como un toro, concentrar toda la energía e ir para adelante buscando el in-goal contrario, aún sin saber exactamente las consecuencias de tal decisión.

Me mostró que el juego termina cuando suena el silbato, que se debe abrazar al rival tras la pitada final y disfrutar relajadamente un tercer tiempo de reconciliación con los jugadores del equipo contrario. Me enseñó a construir relaciones fructíferas más allá de las dificultades de corto plazo.

Me hizo saber que el árbitro es sagrado, y que, a pesar del eufórico entusiasmo del juego, las reglas deben ser cumplidas y que las decisiones del referee, independientemente de su pequeño tamaño, son inapelables e indiscutibles.

Me mostró que una espalda ardiendo bajo las duchas del club significa haber dejado todo en la cancha. Que se debe disfrutar de la sensación del deber cumplido, más allá del resultado. Que jugar y dejar todo en la cancha, ya es ganar.

Me enseñó a que la vida es “todo terreno” y que, a veces, nos lleva a jugar en verdes canchas con delicadas pasturas, y otras, en áridas superficies de tierra seca. Que la meta es la misma pero la estrategia, para jugar y triunfar, puede cambiar.

Me hizo comprender que no importa ganar ni perder sino jugar, jugar mucho y divertirse. Que jugando se aprende de los errores, se modifican las estrategias, se incrementa la autoestima e indefectiblemente se gana más de lo que se pierde, en este u otros campos de la vida.

Me demostró que es compatible el trabajo duro con la mayor diversión. Que, cuando uno se enamora de lo que hace, pocas barreras pueden frenarlo. Me alentó a celebrar los éxitos, pero también los fracasos cuando se deja todo en la cancha.
Nuestro rugby es un reflejo de los “buenos viejos tiempos” de la Argentina, cuando éramos un país abierto y atractivo al comercio, a las inversiones y a las personas de todo el mundo. De la época en que Gran Bretaña arriesgaba el 65% de las inversiones que realizaba en toda América Latina en este país. Vías férreas, puertos, frigoríficos y por qué no decirlo, el rugby, son algunas de las herencias recibidas. Como un fiel y persistente reflejo de aquel legado, la Argentina es el único país latino que se encuentra –con firmeza y autoridad- entre los 10 mejores equipos del mundo, jugando de igual a igual –y en muchos casos derrotando- a las 5 naciones donde el deporte fue dado a luz.

Faltan pocos días para que comience la Copa Mundial de Rugby Francia 2007. En medio de este clima de alegría no puedo evitar pensar en cuánto valor este deporte ha agregado a mi vida y a la de mi familia. Me enseñó a crecer, a animarme a ir para adelante, a tomar riesgo y a sentirme respaldado confiando en mis compañeros, en mis amigos, pero -sobre todo- en mí mismo.


* Dedicado a mi “viejo”, Julio A. Simonetta (h).